Víctor Cardona Galindo
PÁGINAS DE ATOYAC
* Así era Lucio Cabañas
La primera fotografía que se conoció de Lucio Cabañas Barrientos es de Josefina Mesino Vélez La Güevona, quien tenía el Foto Estudio Ana en la calle Nicolás Bravo. La tomó en un desfile cuando el maestro iba caminando por la calle a lado de sus alumnos. Aunque la más popular es la que fue tomada en la sierra, donde está sentado con el rifle entre las piernas, esa lo inmortalizó. Recientemente han circulado muchas fotos que durante años se mantuvieron escondidas, que muestran las distintas etapas de la vida del maestro guerrillero.
Su voz sobrevive gracias a unas grabaciones que se hicieron en las reuniones de la sierra y que cayeron en manos del Ejército y luego Luis Suárez las reprodujo en el libro Lucio Cabañas. El guerrillero sin esperanza. Ahí podemos escuchar la forma coloquial con la que hablaba Lucio. Ahora esas grabaciones pueden conseguirse en discos que a veces hacen circular los grupos de izquierda y las que también Gerardo Tort rescató en el documental: Lucio Cabañas. La guerrilla y la esperanza.
Lucio era muy tranquilo, siempre sereno y con todos se llevaba bien. En la guerrilla no hacía menos a nadie aunque era el jefe. Dicen algunos de sus compañeros que “fue exigente, alegre, bromista y le gustaba cantar, fue acomedido y sin egoísmo”. Por su parte sus familiares lo recuerdan siempre risueño, platicón, cariñoso y con la hamaca enredada en su mano izquierda, parado y recostado en ella.
Fueron su nobleza, su preocupación constante por la gente necesitada y su sencillez, además de su carisma, su sentido del humor y sus dotes de líder, orador y político, las cualidades que le dieron el aprecio de la gente. Nunca le apostó a la apariencia ni pretendió ser lo que no era. Para él, lo más valioso del ser humano eran sus ideales.
Desde muy joven le gustó hablar. Hablando lo conoció Serafín Núñez Ramos y Octaviano Santiago Dionicio. “Desde sexto año de primaria empezó a hablar en las reuniones, a distinguirse. Era buen orador, siempre le gustó hablar en público”, así lo recordó su hermano Pablo Cabañas Barrientos en una entrevista que concedió al periódico Reforma en noviembre del 2002.
Cuando daba clases en la escuela primaria Modesto Alarcón de la ciudad de Atoyac, Lucio comía y cenaba en la fonda El viajero, de doña Gertrudis Armenta Mesino. “No era exigente para comer, comía lo que había, a veces carne de puerco entomatada, estofado con sopa de arroz y en la noche acostumbraba cenar arroz con frijoles”, comenta Dagoberto Ríos Armenta.
Lucio vestía siempre con camisa de manga larga blanca o de colores claros. Vivió con Serafín Núñez Ramos en la calle Álvaro Obregón en la casa de doña Nicolasa Cabañas, a un ladito de donde vive Ladislao Sotelo Bello por donde ahora está Montepío.
En esa casa se llevó a cabo una reunión con gente que vino de Madera, Chihuahua, luego se cambió con su familia materna a la casa número 14 de la calle Altamirano. En ese tiempo se le veía en la calle Agustín Ramírez con Serafín Núñez Ramos y don Wilfrido Fierro, quien mucho seguía a Serafín por su habilidad con la guitarra. Ensayaban un guapango que compuso Fierro llamado La pobreza.
Cuando José Hernández Meza se lo encontraba, Lucio le decía “chócala 28 veces”. A Justino García Téllez le decía La Cría, quien a su vez llamaba a Lucio por el sobrenombre de El Chivo.
“En tiempos de las bárbaras naciones /al ladrón lo colgaban de las cruces /ahora en el tiempo de las luces /del cuello del ladrón cuelgan las cruces”, este verso Lucio Cabañas lo repetía a sus amigos porque pensaba que los curas eran enemigos de Cristo, quien sí amó a los pobres.
A veces se improvisaba una tertulia en el centro social Paraíso Tropical donde se reunían maestros como Alberto Martínez Santiago, Serafín Núñez Ramos, Lucio Cabañas y Jesús Astudillo, a todos les gustaba tocar la guitarra.
Dice Pablo Cabañas que la canción favorita de Lucio fue El rebelde, que hizo popular Miguel Aceves Mejía. También le gustaba José Alfredo Jiménez, pero su ídolo fue Jorge Negrete, al que imitaba. Dagoberto Ríos e Hilda Flores atestiguan que le gustaba mucho cantar La tumba de Villa y Mi carabela. El canto y la guitarra fueron los placeres que Lucio cultivó hasta la muerte.
El corrido La Tumba de Villa, para los que no se acuerden, lo pueden conseguir en la versión de Antonio Aguilar y dice así: “Cuantos jilgueros y cenzontles veo pasar/ pero que triste cantan esas avecillas /van a Chihuahua a llorar sobre Parral /donde descansa el general Francisco Villa. Lloran al ver aquella tumba /donde descansa para siempre el general /sin un clavel, sin flor alguna /sólo hojas secas que le ofrenda el vendaval…”
“Sólo uno fue el que no ha olvidado /y a su sepulcro su canción va a murmurar /amigo fiel y buen soldado /grabó en su tumba estoy presente general”.
Y también Mi carabela la cantaba Javier Solís: “Estoy en el puente de mi carabela /y llevo mi alma prendida al timón /Un soplo de amores empuja mi vela/ y zarpo cantando y zarpo cantando /divina canción”.
“Ni marco mi ruta/ ni llevo camino /por donde mi nave ha de navegar /yo sé que sin rumbo me lleva el destino/ y será un día mi nave, será un día mi nave /la reina del mar”.
Se dice que un día, durante el recreo, uno de los niños quiso matar un pájaro con una resortera pero falló y la piedra fue a dar a la cabeza del maestro Lucio, abriéndole una herida en el cuero cabelludo, cerca de la frente. Estaríamos hablando que con ésta serían dos cicatrices que Cabañas tendría en la cabeza, la otra es la que le hicieron en un pleito en la normal.
Cabañas como profesor amaba mucho su trabajo, a sus alumnos y al pueblo pobre, jamás utilizó los golpes ni maltratos contra los niños, más bien prefería comprenderlos, jugar con ellos en los ratos libres y tratarlos con cariño, pues Lucio era muy tranquilo, callado y juguetón. En esto se inspiró la brasileña María Sirley Dos Santos para escribir el libro Lucio Cabañas, educador y luchador social, editado por la Sección XVIII del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
En la guerrilla Lucio usaba el sobrenombre de Miguel y cuando mandaba recado a sus amigos para pedir algún apoyo usaba el seudónimo de Tirso Mesino. En las reuniones de decisión trataba de no imponer su voluntad, dejaba que todos opinaran, mientras él tomaba nota escuchando atentamente. Al final daba sus propuestas intentaba convencer explicando las cosas lo más claro posible y se tomaban las decisiones de manera colectiva, nunca imponía esfuerzos o sacrificios que él no estuviera dispuesto hacer. Predicaba con el ejemplo.
Era solidario, sencillo, alegre y siempre aún en los momentos de más peligro, bromeaba con todos para que no tuvieran el miedo atorado en la garganta. Lucio también fue compositor, le compuso un corrido al Che Guevara, de quien le provocaba una profunda tristeza su muerte. El corrido dice así: “Ya el mundo canta sus himnos con tristeza /y las metrallas van sonando sin cesar /porque ha caído combatiendo allá en la sierra /el Che Guevara para darnos libertad”.
“Existen hombres cuya patria es todo el mundo /y como Cristo se dedican a luchar /tratando al pobre con amor profundo /como Bolívar, Hidalgo y otros más”.
“Tal es el caso del gran comandante Che /siendo argentino hasta Cuba fue a luchar /acompañando en los combates a Fidel /para enseñar al campesino a gobernar”.
“Octubre del año 67 cuando en Bolivia combatiendo ahí caíste /se estremeció todito el mundo con tu muerte /pero andaremos el camino que nos diste”.
“Y si te fuiste con la pena de Vietnam /vete tranquilo comandante Che Guevara /porque esta lucha socialista va a triunfar /que ni los gringos ni los ricos ya la paran”.
A pesar de estar enfermo Lucio nunca quiso tomar dinero de la guerrilla para su salud y a veces se le miraba cargando mochilas de otros que estaban más cansados. Se incluía en todas las tareas, como las de hacer guardia, cocinar, cargar lo más pesado y si cometía un error se le criticaba. No era caudillo, cumplía con sus tareas y además les daba clases a los combatientes de filosofía, historia y política. Les exigía que leyeran por lo menos dos horas diarias sin descuidar sus obligaciones.
El líder guerrillero hablaba como el pueblo para darse a entender. Dice su hermano David Cabañas que cuando enseñaba las leyes de dialéctica lo hacía de una manera muy sencilla, explicando como primero hay un granito de maíz y la dialéctica nos dice que el granito de maíz lo sembramos y al ratito cambia, ¿por qué?, porque se convierte en una matita y después de que se convierte en matita se convierte en muchos granos. Así explicaba Lucio a los campesinos cada una de las leyes de la dialéctica. Así de sencillo hablaba por eso quedaba claro lo que decía, así es como se ganó a la gente.
En la guerrilla cuando le mandaban un reloj de la ciudad, se lo ponía un ratito y luego se lo regalaba a un compañero. Dice David que Lucio nunca trajo un reloj más de tres días, buscaba la forma siempre de ver como utilizaba las cosas en beneficio de todos o se lo daba a un compañero de premio. “Me acuerdo cuando los vietnamitas nos mandaron medallitas y anillos que eran de un material que quitaban a los helicópteros gringos que derribaban en Vietnam. Lucio repartía entre los compañeros y no se quedaba con nada”.
“Así fue Lucio siempre desprendido, fue el hombre dispuesto a dar siempre sin condiciones, sin limitaciones, para servirle a la gente, el hombre que traía la mochila muy pesada, el hombre que comía al último, el hombre que si llegaban las cosas para darnos, para repartirnos, él no se quedaba con las cosas”, asegura el hermano de líder guerrillero.
Traía un pantalón y una camisa nada más, siempre compartía la ropa con sus compañeros y si había una comisión peligrosa siempre se proponía para ir por delante. En los campamentos explicaba las operaciones militares que había de seguir armando un mapa con cáscaras de limón.
“Con pedacitos de la cáscara de un limón, Lucio iba haciendo en la tierra todas las formas de cómo se iba a poner una emboscada. Dibujaba la ruta, el camino, los lugares donde íbamos a actuar y nos decía: miren muchachillos, por aquí atacamos, aquí contraatacamos, por acá evitamos la fuga, todo. Así solía explicamos las cosas”, relató David Cabañas al periódico Reforma en noviembre del 2002.
“Por eso lo admirábamos, por eso Lucio era y sigue siendo Lucio, porque se sacaba cualquier cosa de la manga. Resolvía todo. Siempre encontraba salidas y alternativas”, apuntó.
Lucio desarrolló una manera única de dirigir La Brigada Campesina de Ajusticiamiento y de acercarse a la gente e incluso de vestirse. Según David: “Llegaba y les decía, con su voz pausada, suave, zanca, zanca no te asustes. Somos la guerrilla, soy Lucio Cabañas. Ah, sí profesor, decían y ya se abría la puerta de la confianza. El nombre de Lucio era la llave para que la gente nos oyera en todos lados”.
Varios ex miembros de La Brigada Campesina de Ajusticiamiento consultados por Reforma recuerdan también la manera particular en que Lucio remendaba sus camisas. “Cuando se le caían los botones, los sustituía con palitos de madera, que pegaba con hilo en los espacios vacíos y luego atravesaba en los ojales”.
David Cabañas recuerda que la primera contraseña que Lucio les enseñó fue silbar el inicio del corrido de La Adelita, y que para llamar a comer se chiflaba La cucaracha. Asegura que su hermano participaba en todas las tareas, que nunca le gustó que lo protegieran y que no fue malhablado, sus peores palabras eran: “bribón”, “canijo” o “hijo del catre”.
Para conocer más la personalidad de Lucio Cabañas esta anécdota: una vez llegó a casa de la profesora Hilda Flores, en Atoyac, con unas chanclas rotas y un pantalón roto. Cuando le preguntaron que había pasado con su pantalón y los zapatos, dijo que se los había regalado al comisario de Mexcaltepec porque tenía una reunión de trabajo y le daba vergüenza usar el pantalón roto y sus huaraches viejos. Lucio regalaba zapatos, calcetines, pantalones, lo que tuviera a la mano, a veces ya no aguantaba el frío, pero les daba la chamarra a otros.