Agustín Ramírez: ¿otra oportunidad?
Gustavo Martínez Castellanos
El año pasado fui invitado a participar
en la conmemoración de la fecha luctuosa de Agustín Ramírez en Chilpancingo. A pesar
de lo subrepticio de la invitación pude recopilar algunos documentos que giran
en torno a éste nuestro gran compositor (es imposible decir “hablan de él”
porque casi toda la bibliografía existente concede más espacio a una visión de
época). Con ese material pude formarme una idea aproximada de la sociedad guerrerense
de la primera mitad del siglo anterior que
se movía entre una idea de sí misma y la idea de dominio de los gobiernos
emanados de la revolución. Y, por supuesto, como parte de su proyecto de
conformación nacional.
Un dato llamó mi atención de la
biografía de Agustín Ramírez: que a los 12 años ingresara a la vida militar con
el grado de Teniente en las filas revolucionarias de Guerrero.
Herminio Chávez (IGC,
Ayuntamiento de Acapulco. 1989) nos
entrega brevemente un repaso a esa etapa: “El jefe revolucionario que se había
adueñado de la plaza (la familia del compositor vivía en Atoyac y Agustín
acababa de regresar de Acapulco) estaba urgido de un telegrafista, pues el jefe
de la oficina había huido temeroso de los desmanes de los alzados. Como en el
pueblo no había otro más que Agustín, se le expidió el nombramiento de Teniente
del ejército rebelde y telegrafista de la corporación”. El texto no informa
cuánto tiempo Agustín pasó en la milicia, pero detalla parte de su experiencia:
“Se inició así un peregrinar que lo llevó de los cálidos y húmedos litorales, a
las no menos cálidas y secas explanadas de la Tierra Caliente, atravesando la
fría y abrupta Sierra Madre del Sur en un permanente deambular a lomo de mula,
lento, penoso y peligroso, conociendo los escondites preferidos de los
revolucionarios, los cañones de los torrentosos afluentes del río de las
Balsas, la inacabable cordillera de picachos nunca hollados por el hombre,
admirando los gigantescos abetos y pinos que daban marco a aquel paisaje jamás
soñado”.
El texto tampoco informa sobre la
forma en que los padres del compositor de 12 años reaccionaron ante la petición
de los rebeldes de hacerlo su telegrafista. Tampoco dice si el flamante
teniente participó en escaramuzas o en batallas con otro instrumento que no
fuera su teclado de clave Morse. A un siglo de distancia si aún se nos escapa
la vida del hombre, no es imposible que no se nos escape la del niño y su
entorno
Nos queda, en cambio, la certeza de
que el ascenso del PRI fue el medio idóneo para la difusión de su música como
parte de un proyecto educativo cultural que Agustín aprovechó para enaltecer a Guerrero:
el nacionalismo.
Hoy, con el PRI de regreso en los
Pinos y ya que los gobiernos panista y perredista lo han condenado al olvido, Agustín
Ramírez y su música ¿tendrán otra oportunidad?
No lo sabemos. Víctimas de una etapa
de turbulencia social y de violencia desatada similar a la que él vivió hace un
siglo, quienes apreciamos su profundo legado nos conformaríamos con que el Comité
de Remodelación del Acapulco Tradicional no vaya a demoler la Rotonda de Acapulqueños Ilustres
en donde sus restos descansan por fin junto al mar y a unos metros del barrio
en el que naciera. Acapulco y Guerrero se lo deben, sobre todo, nuestra
Historia local cuya deuda con él, si es no sólo por su música si por su entrega
a la causa de la revolución desde su más tierna infancia y desde las aulas en
las que también dejó un profundo legado.
Nos leemos en la crónica: gustavomcastellanos@gmail.com
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