DOÑA CARMELITA BERNÁLDEZ
Jesús Boanerges Guinto López
Todos los días tienen un peregrinar distinto. Se van minuto a minuto, con sus propios colores y emociones, con sus anhelos y esperanzas, con la dinámica o estática que cada quien le imprime.
Todos los días tienen un peregrinar distinto. Se van minuto a minuto, con sus propios colores y emociones, con sus anhelos y esperanzas, con la dinámica o estática que cada quien le imprime.
Le hemos conferido al tiempo el valor de rector de nuestras vidas, y también se le ha otorgado el don de ser memoria de los días, recuerdo del pasado, voluntad del presente y fe del futuro.
En ese misterioso andar añoramos los destinos, los sitios, los lugares y los caminos que la vida misma se encargó de enseñarnos. Coyuca de Benítez es ese pedazo de tierra morena que impregna de sensibilidad social, para siempre, el pensamiento, la palabra y las acciones de sus mujeres y hombres.
Mi terruño es, como quiere Pablo Neruda, un pueblo de pescadores donde la red se hace tan diáfana que parece una gran mariposa que volviera a las aguas para adquirir las escamas de plata que le faltan.
En esa tierra de la Costa Grande, sacudida por su propia historia, vive la abuelita que ha sido, para muchos, la madre amorosa, el apoyo moral en momentos en que todo parece imposible, la vendedora de relleno de cuche de gran caridad humana, la abuelita a la que la gente en el pueblo cariñosamente le dice Doña Carmen, Abue, Mamá, Tía, Carmelita… porque todos saben que a sus 90 años es ejemplo de lucha, trabajo y amor.
Nació en San Jerónimo, se casó a temprana edad con Don Rogaciano Guinto, con quien trajo al mundo a Alma, Linda, Carmelita, Roberto (qepd) y Boanerges, todos ellos mujeres y hombres de respeto y reconocimiento, que hoy son madres, padres y abuelos que enseñan a sus hijos y nietos el valor del trabajo, la familia y la solidaridad humana.
La abuelita ha sido esencialmente comerciante. El pan y la tortilla fueron algunos giros de su actividad, pero convendrán conmigo en que no ha habido mejor sabor de relleno en todo el Estado de Guerrero que el de los domingos en casa de Doña Carmen Bernáldez Armenta, verdadero sitio de regocijo al paladar y auténtico festín culinario. En su elaboración confluían su alegre carácter costeño, el horno de barro y el sazón que sus hijas y nietas le heredaron.
Recuerdo su consejo maternal, sus bromas de abuelita traviesa, sus regaños a tiempo, sus bendiciones, su mirada tierna, sus bolillos con mole o relleno para ir a la escuela, su mandil con monedas que compartía con todos sus nietos, sus frases, sus dichos, sus palabras de mujer costeña… sus sabias palabras.
Seguro que lo mismo, y más, recuerdan mis hermanos y primos Carlos, Christopher, Rubén, Erasmo, Liz, Migue, Cielo, Ale, Lety, Selene, Estrellita, Sebastián, Rodolfo, Roberto, Xóchitl, América, Darlene, Verónica, Berenice, Omar, Wendy, Saydi y Miriam, a quienes recuerdo siempre con especial afecto, cariño y cierta dosis de nostalgia.
Que el tiempo sea nuestro mejor aliado para seguir demostrando, en cualquier circunstancia, nuestro amor a la mamá-abuelita, a Doña Carmelita Bernáldez, porque también ella nos sigue entregando el mismo bálsamo en su longevidad luminosa.
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