José Gómez Sandoval
En Guerrero nació la Patria es una invitación a revalorar la participación del Sur guerrero en la lucha independentista de México e, insisto, a conocer lo que sobre ella han escrito nuestros historiadores. En el relato procuro entrecomillar o subrayar todo lo que proviene de otros textos, y cuando, suponiendo, no lo hice fue sólo para no refastidiar al lector, pero la fuente está en alguno de los títulos que enlisto al final del libro, donde los lectores interesados podrán saber de dónde viene esta rápida pero al menos unitaria versión de cómo Morelos pisó tierras surianas y empezó una guerra interminable.
De inmediato los lectores advertirán las largas y numerosas veces que le doy la voz cantante a Ignacio Manuel Altamirano. Lo hice así a propósito, con orgullo declarado. Tiene que ver con la queja e indignación de don Ignacio Manuel cuando afirma que ninguna toma militar ha sido más mal y brevemente contada que la de Tixtla, a la que –especifica– Carlos María de Bustamante le dedicó una hoja, Lucas Alamán una página y Lorenzo de Zavala unas líneas.
Enseguida advertí que en la Monografía Estatal editada por la Secretaría de Educación Pública a través de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (1986, reeditado en 1994) con el torpe –en su presunta síntesis poética– título de Guerrero sur amate de mar y montaña, así como en la Historia Mínima de Guerrero (1967), del INEA, a la Toma de Tixtla le dedican menos renglones que los que por la distancia con que viajaban las noticias y por el control que el régimen virreinal mantenía sobre todo tipo de editor, le dedicaron periódicos y gacetas, y posteriormente Zavala, Bustamante, Alamán, Mora y demás ilustrados ignorantes, malintencionados o pichicatos encargados de callar, tergiversar o condenar los logros insurgentes en las montañas incendiadas del Sur.
Ante la evidencia de que ni el gobierno estatal ni el ayuntamiento de Tixtla tenían intenciones (en el caso de que las conocieran) de reeditar las espléndidas crónicas del antimonárquico, anticlerical y antitodo Altamirano tituladas Morelos en Zacatula y Morelos en Tixtla, dije Aquí va don Ignacio Manuel, con su Toma de Tixtla contada como Jenofonte en Anábasis o El regreso de los diez mil, la epopéyica Toma de Tixtla que aparentemente hasta los tixtlecos han preferido callar –no sé si por ese pasaje donde, después de que Vicente Guerrero le enseñó a José María Morelos huertas y jardines del valle de Tixtla, el general dijo:
–¡Qué hermosa es la tierra de usted, Guerrero, por donde quiera sembradíos, arroyos, colinas verdes y montañas magnificas! ¡Lástima de que la población sea tan chaqueta!
¡Por San Martín de Armendáriz!, chaquetos tiene como referente la chaqueta militar que caracterizaba a los realistas y, si Tixtla era nada menos que comandancia general, ¡cómo no iba a haber chaquetos en Tixtla! El antipatriotismo o realismo de Juan Pedro Guerrero –cuando pide a su hijo Vicente que abandone la lucha– ha sido motivo de poemas, representaciones teatrales y obras pictóricas, pero no configura un estigma, porque Juan Pedro se topó con pared. Como hablamos de chaquetas y chaquetos, antes que escribirle a Freud, hay que releer esa ilustre y soslayada crónica en que nuestro paisano romántico asegura que el general Morelos calificó el asalto militar a Tixtla de buen agüero, y repasarla cuando explica que “…Algunas horas después, la población, que había entrado en confianza, volvía a entregarse a sus tareas ordinarias”.
No creo que don Ignacio Manuel Altamirano mienta cuando, en su citado relato, Morelos se queja con Guerrero del realismo que se respiraba en la cebollera ciudad, y Guerrero le contesta:
–Es lástima de veras, pero si logramos convertirla sacaremos de ella buenos soldados.
En cualquier caso, soy un ciudadano guerrerense metido a reunir y relatar lo que pasó en el Sur guerrero como le hubiera gustado encontrarlo cuando iba en primaria o en prepa. Con fotografías y dibujos, con datos biográficos y semblanzas al margen, con díceres y leyendas, intenté sumar a la historia un mínimo recorrido cultural por la región. Los lectores encontrarán aquí varios poemas, y hasta un corrido dedicado a Valerio Trujano. Faltan personajes, mapas, documentos, museos, ruinas prehispánicas, leyendas, mitos, máscaras, huipiles, sombreros, machetes y muchas otras cosas de esas que solemos olvidar porque convivimos con ellas cotidianamente o porque ya no las vemos tan seguido.
Si el lector cree o advierte que al libro le falta algo, pues que se lo ponga o, si de a tiro no aguanta el húmedo calor de los días (ya no tan patrióticos) que corren, pues que lo utilice de abanico.
Historia de bronce con aspiraciones de corrido.
Ojalá que el tinglado de poder y dinero que arrasó pueblos y conciencias no termine pareciéndose al desmantelamiento de la historia y de cualquier valor popular que la derecha emprendió desde que arribó a la Presidencia de la República. Fox fingía ser un simpático ranchero norteño cuando se quiso llevar a la virgen María al baile. En cuanto se pegó al pecho la banda presidencial –no sin antes saludar a sus queridos y tranzas hijos–, sus contlapaches se acordaron de que Benito Juárez fue cabrón con la iglesia retrógrada y convenciera y cambiaron su busto liberal y republicano por una estatua del arcángel Gabriel. En complicidad “hasta con el demonio” reprogramaron el autoritarismo con perro instinto de clase (el patrón y la maestra corrupta) y en orgías televisivas reconocen que sí existió la Independencia y hasta algo de Revolución, pero que, como los personajes que las representan, éstas eran –como nos las presentan en la pantalla– borrachas, mujeriegas y jugadoras, en su defecto peludas y trogoloditas, en todo caso estúpidas e ineptas.
El primer opositor al progreso de la entidad, Porfirio Díaz, vino a Guerrero, a finales de 1909, sólo para decirnos: la historia ya pasó. En 1949 se cumplieron cien años de la erección del estado y dentro de la tremenda fiesta conmemorativa que instrumentó, el gobierno de Baltazar R. Leyva Mancilla premió a científicos, historiadores, músicos, novelistas y poetas destacados. Tenemos historia, tradiciones, cultura, quiso decir. Guerrero es un estado chingón. Meses antes, el terreno regionalista fue sembrado con los dizque restos mortuorios de Cuauhtémoc.
En 1969, con mejor perspectiva y más afilados instrumentos de ataque, Moisés Ochoa Campos nos dio una buena síntesis de la historia de la entidad, desde los tiempos inmemorables en que los primeros supervivientes de esta tierra combatían contra megaterios hasta el proceso de las instituciones y de la cultura en particular.
En 1981, el gobernador Alejandro Cervantes Delgado retomó el gesto y se aplicó a recuperar y promover historia y cultura del estado con celo especial.
Buen pretexto encontró su sucesor y apologista, José Francisco Ruiz Massieu, en Juan Ruiz de Alarcón y su obra dramática para instituir las Jornadas Alarconianas, no tanto para convencernos de la calidad o importancia del autor de Las paredes oyen como para llenar los hoteles y restoranes de Taxco con turismo extranjero. En su administración se esfumó el que sería Museo de la Cultura Popular de Guerrero que su antecesor, Alejandro Cervantes Delgado, había imaginado como un templo de la cultura de las siete regiones del estado, mismo que dejó inconcluso. Varias salas ya estaban listas para su exhibición y collares de piedra, plumas de pájaro, vestidos de manta, arcones y biombos de Olinalá, no se diga toda la platería de Taxco, se perdieron en la bolsa –EL BOLSILLO– neoliberalista que tanta tirria le tiene a la historia patria y a la cultura popular.
Total que apenas nos estábamos sintiendo guerrerenses cuando nos salen con que la identidad nacional no sirve para nada y que, en la arrasadora e inequitativa globalidad, eso de ser guerrerenses estorba y apesta.
Las cosas están tan al revés que si a alguien se le ocurre que este sencillo libro con estampitas no recupera ni una parte de lo que en épocas románticas empezó a llamarse espíritu de Guerrero, estaré de acuerdo con él o con ella. A los que lo lean y sospechen que por su puro afán arrejuntador y rememorativo ya es una forma de resistencia, les voy a agradecer que me lo digan aunque sea por internet.
Contaré, por último, lo que en asterisco y letra pequeña puse al pie de lo que le dediqué a un compañero periodista: aquí te dejo esta crónica elemental que espero que leas sin recurrir a tus famosos métodos de lectura rápida, ya que se pasa de sintética y breve. Las erratas que encuentres las puse justamente para hacer felices a correctores compulsivos, como tú comprenderás.
Valga para todos, ahora que en los libros de primaria desapareció la historia de los pueblos originarios, tiempos, más bien, de antihéroes en que la recuperación de las memorias colectivas parece causa perdida y “hasta lo más sólido se desvanece en el aire”.
El Sur, 25 de julio de 2011
http://www.suracapulco.com.mx/opinion02.php?id_nota=8478
lunes, 25 de julio de 2011
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