La vida cotidiana en vísperas de las elecciones de 1940
Carlos Silva Cázares
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Para julio de 1940, los ánimos políticos del país se encontraban muy caldeados. Y no era para menos, desde dos años antes los mexicanos habían ido asimilando en su lenguaje cotidiano el término de “futurismo”. Así pues, cuando los ciudadanos de un México nacionalista y ranchero arribaron al séptimo día del séptimo mes de 1940 se toparon con la oportunidad de escoger, a quien los gobernaría por los próximos seis años.
En un escandaloso fraude electoral, Ávila Camacho obtuvo la presidencia en 1940
Sin embargo, y como se decía en aquel tiempo: “antes de que naciera el niño se pusieron a hablar mal de los progenitores”. Demasiado tiempo de rispidez política confundió a los electores, que de plano, no atinaban en sus preferencias por Juan Andreu Almazán o por Ávila Camacho.
Por su parte los candidatos hacían su luchita para llegar al corazón del pueblo. Discursos, desplegados, mensajes radiofónicos. Todo era válido en la guerra electoral. La publicidad también se dio vuelo. Todo lo político permeaba el ambiente: “Viva Nicodemus Malacara, candidato del Partido Político Gacho. ¿Dónde está mi candidato? ¿Fue a tomarse una cerveza? ¿fue a platicar con Moisés? ¡No! Se está curando el catarro con ungüento 666”.
Pero la gente del pueblo terminó por hartarse y su interés fue decreciendo. Buena parte de los capitalinos se abstenían de salir de su casa. Se conformaban con permanecer en su hogar escuchando las estaciones XEW y XEB, que ofrecían una programación muy variada y para todos los gustos.
Por las ondas radiofónicas se dejaban oír la música de Mozart y Bach hasta las interpretaciones vernáculas de Miguel Aceves Mejía y Tito Guízar. Los que ya tenían un lugar en el gusto del público eran Agustín Lara, Pedro Vargas y Juan Arvizu, “el tenor de la voz de Seda”, no así el sinaloense Pedro Infante, quien sólo aparecía interpretando su violín.
La radio pronto volvió a la gente esclavos del consumismo. Las noticias y los anuncios trasmitidos apresuraron a los oyentes a poseer los productos promocionados y a ser parte de la modernidad. Por ese medio se enteraban de la visita a México de la estrella de cine Errol Flynn, que los insectos podían ser aniquilados con insecticida líquido PEMEX, “el que de veras mata”, de las nuevas estufas de hierro y latón niquelado que en su estribillo cantaban: “Olvídese de la leña y el carbón, del humo y el mal olor, las estufas Demon, con petróleo y tractolina, que notición”.
Los de espíritu valiente que salían de su morada, se arriesgaban involuntariamente de ser parte de una manifestación obrera o tranviaria en apoyo a alguno de los candidatos. Pero esto no le arredraba su ánimo. Superado el tumulto continuaban su marcha diligente hasta el Palacio de Bellas Artes para disfrutar de una interpretación de Julián Carrillo. Los menos selectos iban al lírico a carcajearse con las ocurrencias de la compañía del Panzón Soto, que por ese tiempo presentaba “El panzón se hizo rico”, dedicada a la “liga antialcohólica” y aludiendo los temas políticos de la actualidad. Algunos otros, sobre todo las damas, consumían el tiempo, caminando por las calles del centro, contemplando aparadores para cazar alguna rebaja de ropa. Faldas de 3.75 y blusas de seda o lino de 5.75 eran su deleite.
El domingo 7 de julio se realizaron las elecciones y el país se convirtió en un campo de batalla. Desde las primeras horas de ese día lluvioso, almazanistas y avilacamachistas se disputaron la posesión de las casillas a punta de metralla. Fue tal el caos que ni siquiera el presidente Cárdenas pudo ejercer su voto. “Ríndanse hijos de la chingada que ya llegó huevos de oro”, era el grito de guerra de los contingentes oficiales, al apoderarse de las casillas y urnas de los contrarios. Al final de la función electoral, de “inusitado ardimiento”, muchos muertos y heridos; un notorio fraude y el triunfo del candidato Manuel Avila Camacho.
Después de todo, de la “democracia truncada” fue un día de fiesta en el país. Las mujeres, limitadas para ejercer el voto, salieron a las calles para alentar a sus hombres, Se adornaron el pelo con un listón de color, distintivo de su candidato y al grito de “échenme ese gato” dieron el apoyo folklórico y desinhibido que la prohibición de venta y consumo de alcohol les negaba a sus compañeros. De ese modo, a base de balas, macanazos, y “autóctonos bombazos fabricados en botellas tequileras” el país daba sus primeros pasos hacia la modernidad.
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