martes, 31 de mayo de 2011

La siempre reaccionaria Puebla y su importancia en el triunfo del juarismo

Ricardo Infante Padilla

Puebla junto con Querétaro, Guanajuato y Morelia son quizá las ciudades más conservadoras del país; sin embargo fueron especialmente significativas en los triunfos liberales que afianzaron el gobierno de Juárez y terminaron con las aspiraciones de los conservadores y la intervención extranjera.

Por ser este mes de mayo especialmente significativo por el triunfo que el día 5 del mismo, allá en el lejano 1862, obtuviera el ejército republicano, comandado por un general de origen texano (de cuando Texas era México); para más dato, nacido en Bahía del Espíritu Santo, cuyo nombre todos sabemos: general Ignacio Zaragoza, habilísimo militar que con muy escasos recursos y en un ambiente totalmente hostil –como era la sociedad poblana de aquel entonces- , triunfó sobre un arrogante y tonto militar, miembro de la aristocracia francesa quien ostentaba el título de “El Conde de Lorencez”.

La historiografía postrevolucionaria a partir del gobierno obregonista publica una serie de textos, en donde simplemente se borra a un hombre que hasta entonces había tenido una trayectoria política y militar inmaculada, y que es quien da el golpe de gracia a los franceses: me refiero al general oaxaqueño Porfirio Díaz Mori, cuya trayectoria como militante liberal empieza con la Revolución de Ayutla y termina con un golpe de estado a Lerdo de Tejada en 1877; pero durante veintitrés años fue quizá el más espectacular y exitoso de los generales mexicanos, pues González Ortega, el famoso héroe de Calpulalpan, quien triunfa sobre Miramón dando por terminada la Guerra de Reforma tiene una trayectoria militar poco exitosa durante la intervención, y francamente desastrosa desde el punto de vista político, con lo que Porfirio Díaz y su famosa carga de caballería el 5 de mayo, así como otras hazañas que comentaremos, se convierte en pieza fundamental aquel día, que además de un éxito imprevisible desde el punto de vista militar, le da al gobierno juarista un año para organizar y planear su estrategia que al final conferiría la victoria a las armas liberales.

Para 1863 Puebla es sitiada por los ejércitos conservador mexicano y francés y elementos de tropa belgas y austriacos, quienes ocupan la ciudad que es defendida por González Ortega y Porfirio Díaz, pues desgraciadamente el general Ignacio Zaragoza había muerto de una fulminante tifoidea. Las tropas mexicanas se defienden como gato boca arriba, pero la superioridad numérica y de armamento no les permite resistir los embates de un ejército comandado por un militar profesional: el general Aquiles Bazaine, mismo que había sustituido al mediocre Lorencez ante su patente incapacidad. El sitiador de Puebla a la postre encontrará que su éxito militar y la resistencia de los sitiados servirán para que se le acuse en 1871 de traidor y cobarde, pues durante la Guerra Franco-Prusiana se rinde a los alemanes en la fortaleza de Sedán, sin disparar un solo tiro, a pesar de que la citada fortaleza estaba formidablemente artillada, ante lo cual Napoleón III lo destituye, lo acusa de traidor y de cobarde y le espeta “¿no aprendió usted en Puebla cómo se defiende una plaza?”

Los mexicanos negocian una rendición, previa destrucción del armamento. Bazaine accede y son inutilizados los cañones y destrozados los rifles, volados los polvorines y destruido todo el material que pudiera servir a las tropas conservadoras e intervencionistas. Los prisioneros son trasladados a Veracruz para ser enviados a prisiones en Francia y en Cayena; sin embargo, tanto los generales Porfirio Díaz como González Ortega, así como otros miembros de la oficialidad aprovechan lo escarpado de Acutzingo para escaparse y reincorporarse a la lucha.

Cuentan los que ahí estuvieron, que a pesar de la terrible influencia del obispo Pelayo Labastida y Dávalos, por entonces máximo jerarca del catolicismo en Puebla, algunos miembros de la sociedad organizan hospitales de sangre y cierto apoyo en alimentos y agua para los soldados republicanos. Desde luego, este hecho se genera más por caridad que por convicción, pues los poblanos posteriormente recibirían a los intervencionistas y a los conservadores como reinstauradores de los valores del conservadurismo.

Puebla siempre ha sido así. Desde las monjas que halagaron a Iturbide inventando los chiles en nogada, pasando por el criminal Gustavo Díaz Ordaz y últimamente con ese nefasto pederasta llamado “el gober precioso”; la actitud de esa parte de la población nacional siempre ha sido muy similar a pesar de la encomiable hazaña y el valor mostrado por las tropas zacapoaxtlas, nativas de aquella región, que fuera del catolicismo no tienen nada en común con el ambiente cultural, político y económico de los habitantes de la ciudad de Puebla.

De paso, cabría recordar que fue la actitud dubitativa y pusilánime que en algún momento rayó incluso en la traición, y que generó la Guerra de Reforma, producto de otro poblano: Ignacio Comonfort, quien no sabía si ser católico y conservador, seguir los consejos de su mamá –ferviente seguidora de Labastida y Dávalos-, o cumplir con sus deberes para con la Revolución de Ayutla y la Constitución de 1857 como presidente de la república. Este personaje, aunque aliado de don Juan Álvarez en un principio, al triunfo de los republicanos liberales y su establecimiento en Cuernavaca durante la presidencia del general Juan Álvarez Hurtado, causó infinidad de problemas por su pugna entre los liberales puros –como era el caso de Melchor Ocampo, Benito Juárez, Lerdo de Tejada y otros- a quienes repudiaba por su radicalismo, siendo el caso que Melchor Ocampo apenas sí dura en el cargo quince días y renuncia para evitar el divisionismo en el gobierno del general Álvarez, legándonos un esclarecedor texto intitulado “Mis quince días de ministro”. Posteriormente Melchor Ocampo sería asesinado después de la Guerra de Reforma por un grupo conservador que lo secuestra delante de sus hijas.

Comonfort, quien había sido nombrado ministro de la guerra genera tal presión y descontento que don Juan Álvarez es el segundo en renunciar en un afán por mantener la unidad en el recién nacido gobierno liberal. Comonfort es nombrado presidente de la república, e inmediatamente inicia relaciones con los grupos más reaccionarios del ejército, encabezados por Zuloaga, y al término de los trabajos de la Constituyente de 1857, y viendo signado y jurado la Constitución, la desconoce por –según él- inaplicable, se incorpora a un autogolpe de estado de corte conservador llamado el Plan de Tacubaya, y de paso aprisiona a quien por su cargo de presidente del tribunal superior de justicia de la nación, hacía las veces de vicepresidente de la república; me refiero al Lic. Benito Juárez García, quien es hecho prisionero en el mismo palacio nacional hasta que Comonfort se percata de que los conservadores lo utilizaron, mas aquellos sabían que era un hombre dubitativo y poco confiable y que además el que “chaquetea de un lado chaquetea del otro”, frase conocida desde tiempos de La Colonia, que no significa otra cosa más que: el traidor y el cobarde siempre están dispuestos a cambiar de bando. Por cierto, y como dato complementario, cabría recordar que Benito Juárez e Ignacio Comonfort eran compadres, lo cual quizá evitó que Juárez fuera fusilado por Zuloaga.

Los conservadores no estaban equivocados, Comonfort, como de costumbre dio marcha atrás, renunció a la presidencia de la república, liberó a su compadre Juárez, quien por mandato de ley se constituyó en presidente sustituto legándonos una historia dramática pero exitosa. Comonfort fue perdonado por su desliz reaccionario y se reincorporó al ejército republicano, y al regresar a la ciudad de Puebla, para demostrar su lealtad, ya para entonces muy en duda, desoyó los consejos de su mami y reprimió todos los intentos reaccionarios, especialmente los del clero, por oponerse al gobierno juarista.

Puebla de nuevo vuelve a ser fundamental en los resultados políticos y militares de aquella época. Esta circunstancia se debe a un hecho geográfico, Puebla se encuentra en el camino entre Veracruz –principal puerto de México desde tiempos de La Colonia- y la ciudad de México. Esta ruta lo mismo era de escape que de invasión desde tiempos de Cortés, y también era la ruta de tránsito económico más importante del país, y posiblemente de España durante la época de la Colonia. Así, el 2 de abril de 1867 el general Porfirio Díaz a la cabeza del Ejército de Oriente toma la ciudad de Puebla a sangre y fuego, Maximiliano, Miramón y Mejía serían tomados prisioneros y fusilados en la ciudad de Querétaro. Paradójicamente, dos entidades proverbialmente reaccionarias marcaron el finiquito de la intentona conservadora.

Después del triunfo del 2 de abril, Porfirio Díaz entró a la ciudad de México sin disparar un tiro. Los chilangos de estirpe reaccionaria, aunque habían previsto una defensa armada, finalmente cayeron en la cuenta de que enfrentar a Díaz sería una verdadera masacre, y que muerto el emperador, viva el presidente, y aquí no había pasado nada.

Porfirio Díaz ordena se busque en todos lados a los más insignes traidores que se habían escondido en la ciudad de México, principalmente al furibundo homicida, general Leonardo Márquez, que emulando la actitud de las ratas y las cucarachas logra escabullirse escondiéndose en los más recónditos lugares, finalmente logra escapar, y así, el más sanguinario de los generales conservadores desgraciadamente, muere de viejo. Sin embargo, Díaz no se queda con las ganas y captura al neolonés Santiago Vidaurri, aquel que traicionó a los de Ayutla y también a Juárez y hasta intentó matarlo, que en forma por demás estúpida, en lugar de huir a sus querencias del norte se oculta en la ciudad de México donde es capturado y pasado por las armas. Poco tiempo después Porfirio Díaz encabeza el contingente que entrega las llaves de la ciudad al presidente Juárez y la parada militar que acompaña al nativo de Guelatao hasta el palacio nacional. Díaz le entregaba el poder a su antiguo maestro del Instituto de Artes de Oaxaca, quien fuera también su dirigente político en la misma entidad, posteriormente intentaría derrocar a Juárez, cosa que algún día comentaremos.

Y así, Puebla, sin quererlo ni propiciarlo, y quizá hasta lamentándolo en tres ocasiones figuró como una ciudad de especial significación en aquellos años de lucha y afianzamiento de nuestra independencia y nacionalidad. De seguro los miembros de la aristocracia poblana hubieran preferido seguir siendo súbditos españoles o franceses, que ciudadanos mexicanos.

Pero, a pesar de todo, hemos de recordar algunos hechos que significan a esa entidad:

Uno, es un hecho poco comprobable históricamente y es que “los ángeles mismos” colocaron las campanas en la catedral de Puebla. El otro, es que una princesa, presumiblemente de origen hindú que por extraños motivos llegó en la Nao de la China a la Nueva España se convirtió en la china poblana, aportando a la cultura nacional la vestimenta que suponen ser el traje típico de las mujeres mexicanas, aunque como sabemos el citado traje fue más promovido por las cantantes folclóricas y el cine nacional que porque verdaderamente las mujeres mexicanas lo usaran.

Tres aspectos culinarios nos remiten inevitablemente a Puebla: el mole poblano (aunque según todo mundo es mejor el de Teloloapan), los chiles en nogada (obsequio a Iturbide como ya dijimos, rememorando la bandera trigarante), y las cajitas de camote de diferentes sabores, aunque como todos sabemos suele ser embarazoso que lo agarren a uno tragando camote.

Finalmente, tres hechos históricos que ya relatamos: la famosa batalla de los Fuertes de Loreto y Guadalupe, el sitio de Puebla de 1863, y la Batalla del 2 de abril de 1867, fundamental éxito militar del general Porfirio Díaz.



Suplemento Guerrero Cultural del Periodico Pueblo Guerrero

1 comentario:

  1. Interesante art{iculo, aunque cargado de animadversión antipoblana, que no logra distinguir la existencia de 2 Pueblas la liberal y la conservadora, esto es la Puebla de los Angeles en el centro dl estado y la Puebla de Zaragoza proveniente de la serranía poblana.

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